~Roma ~

martes, noviembre 20, 2007

~Jinx~

Título: ~Jinx~
Now listening: HeroesXDDD
Playing: Kingdom Hearts II
Watching: Juushin Enbu, Heroes, Wellcome to NHK, Evangelion, Eureka 7
Reading: Kenshin, Beck, Trigun, Nana, One Piece...

Vengo a presentaros una historia, una maravillosa historia como la que jamás conocieron, la historia de un valioso personaje... La historia de un bardo, un maravilloso bufón cuya risa contagiosa ha marcado la vida de mucha gente. La historia de Jinx. Jinx nació de la mente de Fran(Franer, mejor dichoXD) un gran amigo mio, para una partida de rol... Muchas idas y venidas nos acontecieron, pero sin duda, jamás he sido capaz de odiar a Jinx... Un ser misterioso, en sus ropajes de bufón, exparciendo su locura por todo el mundo... Quizas esa conexión entre ambos fuese la razón por la que yo, mas que nadie, haya querido tanto a este curioso personaje, y quizas por la misma razón, sentía un especial aprecio hacia mi... Dado que yo, al igual que el, era bardo. Ambos nos fascinabamos con la atracción singular de las artes. Aquí, su historia.

Historia del bufón maldito.

Existió, hace cientos de años, una floreciente ciudad llamada Arcadis. Sus habitantes no lo sabían, pero sus antepasados eran ni más ni menos que los seguidores del Bien absoluto, aquellos que dedicaron su vida a evitar que el Mal reinara en Gaia.

Ahora, Arcadis había pasado de ser un puesto de guardia a una bella y rica población. Aunque era enorme, las gentes de allí, de numerosas razas, se conocían todos, y la paz reinaba en cada rincón.

Cierto es que, uno de los motivos por los que reinaba la paz, era por el bondadoso rey que gobernaba Arcadis. No se vio nunca monarca con tanto talento y tan pacífico, evitando siempre cualquier guerra que pudiera avecinarse. Quizá era descendiente de uno de los seguidores del Bien.

Pero nuestra historia se centra en el Bufón real de la Corte de Arcadis. Siempre había sido un poco raro (quizá demasiado extrovertido) y por eso cuando, de muy joven, murió su madre, su única familia, se quedó solo, deambulando por el pueblo, ganándose la vida en las calles con su laúd y sus malabares. A la gente le encantaba observarlo, pero le evitaban, porque algunos consideraban que estaba loco… aunque la locura llegaría mucho después.

Todo cambió cuando el rey, tras verlo en un número a la entrada del palacio, decidió acogerlo como a un hijo. Como no tenía descendencia, le enseñó todo lo que sabía. El joven se formó como un príncipe, y lo conocía todo sobre Arcadis, pero siempre tuvo claro que no quería ser rey. Su pasión era el arte, y esperaba ser alguien grande en el futuro, alguien de quien todos hablaran… Hasta entonces, sería sólo un bufón, y con esto sería feliz.

Así pues, el rey le nombro Bufón real de la Corte, y su nombre fue reconocido en todo Arcadis. La gente, al conocerle de verdad, comenzó a quererle y a tomarse a risa sus rarezas (entre las que se encontraba portar un cetro con su cara tallado por él). Los años pasaron, y el joven era ya amigo de todos los aldeanos, con los que prefería estar antes de permanecer en palacio. Con el tiempo, conoció a una muchacha de la que se enamoró, tanto como nunca lo había estado. Acabó casándose con ella y llevándola a palacio y pensó que no podía ser más feliz hasta que tuvo un hijo, un hijo al que le enseñaría todo lo que sabía, y que podría tener la infancia que el no pudo disfrutar.

El nombre del joven era Xendo, y el día en que murió seguía vestido de bufón.

Su tragedia comenzó una noche como cualquier otra. Xendo acababa de salir de una fiesta en palacio, donde había sido realmente bien recibido por todos los aldeanos. Se sentía realmente bien: el pueblo le quería, el rey depositaba en él toda su confianza, y estaba pasando su mejor momento con su esposa Lia y su hijo James, que acababa de cumplir tres años y llenaba su vida de alegría.

Xendo deambulaba por las calles de la ciudad, desiertas, aún con la ropa de la fiesta y con una sonrisa en la cara. Sí, no podía ser más feliz, todo lo que quería estaba a su alcance, y adoraba momentos como aquel en los que, bajo la luz de la luna, reflexionaba en soledad sobre la vida y el arte.

Esa noche, sin embargo, prolongó su caminata, y se dirigió a las afueras, a contemplar las estrellas mientras escuchaba únicamente el rítmico murmullo de la naturaleza. Anduvo por los pastos, subió al monte, atravesó algún bosque. Se sentía realmente pletórico.

Al fin, llegó a lo alto de un pequeño cerro. A sus pies, veía la enorme ciudad que era su hogar, silenciosa y oscura, y Xendo decidió que era hora de volver. Sin embargo, habló una voz en su interior, una voz fría, ronca, que insistía en guiarle a una zona mucho mejor. Xendo era amante de la belleza, o quizá simplemente le encantaba sentir el peligro y la aventura, y por ello hizo caso a su voz interior.

Y, al fin, llegó a una cueva a lo más alto de la montaña, y sin pensarlo entró. Lo que vio al salir era realmente maravilloso: Se encontraba al aire libre, en una especie de cráter de la montaña. Le rodeaban paredes rocosas, pero le cubría el manto de estrellas y, justo en el centro de ese frondoso valle en el interior de la roca, se erguía un enorme arco de piedra. Sin embargo, lo que más llamó la atención de Xendo era el intenso brillo que surgía de un altar que se encontraba bajo el arco, así que el joven se acercó a él sin pensarlo.

Lo que producía el brillo era un machete, pulido y bello. En el altar había sólo una inscripción: Enkheg. El Enkheg, pensó Xendo, la legendaria arma que desata el poder de un dios sobre su portador. Sus mayores le habían hablado sobre ella, y a Xendo le embargó la felicidad al verla. Con ese poder, nadie moriría, no habría pobreza y el sentimiento de alegría que él sentía se transmitiría a toda la ciudad, a todo el mundo... debía entregársela al rey, pues era la persona más sabia y bondadosa que conocía, y sería la última en corromperse por la magia del Enkheg.

Así pues, Xendo cogió el arma, y su hoja emitió un pequeño destello… El joven no lo sabía, pero acababa de convertirse en el peón que desataría la furia de un Demonio… y la noche aún era joven…

En el momento en que Xendo cogió el Enkheg, sintió como un extraño poder entraba por todos los poros de su cuerpo. Comenzó a reír, pero la carcajada que salió de su boca no era suya… era una risa fría, ronca…

Como guiado por una fuerza extraña, una fuerza que venía de su interior y a la vez del puñal que portaba en la mano, Xendo se dirigió de nuevo a la ciudad. Su mente decía que era hora de dormir, pero su corazón (¿Era su corazón?) insistía en que había que hacer algo antes.

Cuando llegó a la entrada de la ciudad, los guardas le sonrieron, como de costumbre. Les pareció raro que Xendo entrara a esas horas y con esas ropas, pero lo conocían lo suficiente para que no sospecharan nada. Antes de que hubieran terminado de decir “buenas noches”, el bueno de Xendo les había rebanado el cuello a ambos.

Una vez dentro de la ciudad todo era más fácil. Xendo, simplemente, mató a todo lo que se movía. Al principio entraba casa por casa, destruyendo familias enteras, sin discriminar. Luego, se dio la voz de alarma y el pánico hizo que la ciudad entera saliera a las calles. Mucho menos esfuerzo para el joven. Su mente ya no respondía, reía como un loco y mataba sin cesar. Los aldeanos, horrorizados, no comprendían cómo Xendo, alguien a quien todos querían, estaba haciendo eso. Y en la mayoría de rostros se dibujaba el horror cuando llegaba su hora. Xendo quemó, descuartizó, destripó. Cualquier hombre hubiera vomitado al ver lo que hacía, pero él ya no sentía nada. Estaba matando a sus amigos, a los familiares de sus amigos, a los hijos de sus amigos. Estaba destruyendo la vida de su pueblo.

Al fin, Xendo llegó al palacio, su hogar. Aniquilar a los guardias no fue difícil, debido a que el anteriormente pacífico joven ahora tenía una fuerza digna de un Dios (o un Demonio) y Enkheg era especialmente útil en lo que a asesinar se refiere, y se permitió el lujo de amontonar los cuerpos en la entrada, como una especie de macabro trofeo. Con todos los ciudadanos muertos, sólo quedaba la realeza.

Avanzó a la sala del trono. En él, estoico, se encontraba el rey. Parecía más viejo que nunca, pero su voz sonó serena:

- Xendo, amigo mío, te he tratado siempre como un hijo, ¿por qué le has hecho esto a tu pue…?

Antes de terminar, su cabeza ya estaba rodando mientras manchaba de sangre la alfombra real. Un fugaz sentimiento de tristeza se apoderó de la mente del joven, pero desapareció en seguida, y se dirigió al final de su camino, el único lugar donde sentía que quedaba vida.

Al llegar a la habitación, Lia y James permanecían dormidos. Al escuchar sus pasos, Lia abrió los ojos, y la alegría inundó su rostro:

- ¡Xendo, cariño, estaba muy preocupada por ti!

Riendo, aliviada, corrió a darle un abrazo y besarle. El beso se interrumpió. Cuando Lia se separó de su marido, tenía el Enkheg clavado en el corazón. Cayó muerta. Xendo retiró el puñal y comenzó a reír de nuevo, aunque una lágrima le recorría la mejilla. Al escuchar las risas, James se despertó, vio a su madre tirada en el suelo, cubierta de sangre, y se echó a llorar. “Un hombre malo ha hecho pupa a mami” pensó, pero luego se calmó al ver a su padre ahí de pie. “El la va a curar, por eso se ríe”.

- Te quiero, papi. – Dijo aliviado. Fueron sus últimas palabras.

Tras hacer “lo que debía hacer”, Xendo arrojó, por fin, el Enkheg a un rincón. Seguía riendo, pero sus ojos permanecían inundados en lágrimas. Lentamente, salió del palacio y, una vez en la plaza, y tras una última carcajada, cayó desplomado al suelo.

A la mañana siguiente, Xendo despertó en la plaza. Al instante, notó que algo fallaba. En la ciudad, su inmensa ciudad, sólo se escuchaba el silencio. Parecía… parecía que no hubiera nadie. El horror comenzó cuando Xendo comenzó a deambular por las anteriormente transitadas calles. A cada paso que daba, sólo veía muerte: caballos decapitados, perros y gatos desangrados, destrozados… ni las ratas se salvaron. Pero los animales no eran ni mucho menos las únicas víctimas de la noche, todos los ciudadanos habían sido asesinados: guardas y mercaderes, mujeres y niños, bebés… nadie había sobrevivido, la sangre lo inundaba todo y, en cada uno de los cadáveres, existía la misma siniestra, espeluznante, horrorosa expresión… ojos salidos de sus órbitas (eso si el cadáver en cuestión aún tenía los ojos en sus cuencas) mandíbula desencajada… la expresión del más absoluto terror.
Xendo ya no sonreía como antaño al contemplar que todo lo que había conocido ya no existía… no tenía ni idea de lo que había ocurrido, ni quería saberlo… pero había algo que tenía que averiguar… debía comprobarlo, aunque no soportara lo que descubriera.

Lentamente, siguió el rastro de sangre y vísceras hacia el palacio, donde se había criado. Todos los guardas se encontraban amontonados, como sacos de avena, en la entrada, sin vida… su corazón se encogió aún más… Dentro del castillo la situación era igual, dantesca, inaguantable… Xendo se dirigió a la sala del trono… El rey había muerto: aún estaba sentado en su trono, como si hubiera esperado sereno a que llegara su asesino… pero su cabeza se encontraba en el centro de la habitación. La tristeza más honda inundó el corazón de Xendo, y, con dificultad, se alejó de allí, hacia una de las habitaciones de la torre. Y lo que vio fue lo peor que vio en su vida.

Allí, en su habitación, estaban su mujer, Lia, y su hijo James, ensangrentados, con los ojos abiertos, sin vida, mirándolo fijamente, en silencio…el silencio de los muertos.

Y Xendo, por primera vez en muchos años de alegría y risas, lloró. Lloró con desesperación, con impotencia, lloró como el niño que en realidad era. Lloró por su ciudad, antes floreciente y bella y ahora destruida, dolorosamente fea, como riéndose de él… lloró por sus amigos, a los que no volvería a ver… lloró por el rey, al que tanto había respetado… y lloró por sus amores, su familia, que tantos buenos momentos le había dado, a los que tanto amaba, en los que tantos sueños había depositado… lloró por sus recuerdos, por su infancia, por su vida…

Y, en mitad del llanto, se fijó en un pequeño objeto ensangrentado al fondo de la habitación… era el Enkheg. Los recuerdos de la noche anterior llegaron a su mente, como un jarro de agua helada, impasibles, desesperantes… Xendo dejó de llorar. Silenciosamente, cogió el arma y, sin pensarlo siquiera un segundo, se la clavó en el corazón, mirando por última vez, mientras la oscuridad le envolvía, los preciosos ojos de Lia… los ojos que le habían enamorado en un tiempo que parecía ya tan distante…

Así, Xendo murió… Pero, por desgracia para él, la muerte no significó el final, si no más bien el comienzo de algo peor… Años de soledad, culpa y locura.

El joven bufón, o lo que quedaba de su alma, se encontraba en medio de la oscuridad más vasta. Ya no llevaba su cetro, ya no llevaba la estúpida vestimenta de bufón con la que tanto éxito había tenido en una fiesta ya tan lejana en el tiempo, ya no llevaba la maldita daga que había arruinado su vida… ya no llevaba su cuerpo. Era sólo sentimiento, una gota de desesperación y dolor en lo que parecía un mar de maldad. Xendo estaba en el peor lugar que nadie puede imaginar. Lejos de toda tierra, peor que cualquier pesadilla. El joven estaba más allá de cualquier mundo… Pero no estaba solo…

A su alrededor, o quizá dentro de él (o, a lo peor, lo que le rodeaba era todo él mismo) escuchó una voz fría y ronca, ni masculina ni femenina, malvada. La voz del dolor, del miedo… la voz del sufrimiento, la voz de la muerte…

“Humano… podrías haber sido el elegido para asegurar mi regreso… pero, sin embargo, las cosas no han salido como esperaba… el Enkheg, mi instrumento, ya no tiene ningún poder, pues su fuerza se ha ligado a ti… sin embargo, no todo está perdido y, tal vez, podrías ayudarme”

Xendo no entendía nada, pero sabía que bajo ningún concepto ayudaría a “eso”. Algo que inspiraba tanta malignidad no debía regresar… a ninguna parte. Sobreponiéndose por un momento al horrible dolor que sentía, el joven logró hablar, o quizá sólo lo pensó:

“¿Por… por qué habría de ayudarte?”

La voz respondió:

“Porque ahora, humano, eres parte de mí… Si yo vivo tú vives, si tú mueres yo muero, nuestro poder es uno…”

No, no podía creerlo, no QUERÍA creerlo… Hubiera preferido haber muerto a formar parte de “aquello”.

“Además, si haces lo que te pido, humano, si consigues que el Destino siga su curso, si te conviertes en su emisario, tendrás (tendremos) el poder para que Arcadis resurja tal y como la conociste… los ciudadanos volverán a la vida, tu familia volverá a la vida… y nadie recodará el terrible daño que una vez les hiciste… ¿quieres eso, Xendo? ¿Quieres volver a sentirte querido?”

Por primera vez desde que llegara a ese plano, el bufón se mostró sereno.

“Más que nada en el mundo”

La voz rió, con la risa menos graciosa que nadie pudiera imaginar.

"Entonces, humano, y aunque nos lleve siglos de espera, serás mi mano en Gaia… Después de todo, sí serás tú el elegido…”

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me encanta que te haya llegado tanto mi historia, pero no creo que tenga mucho mérito. Disfruté creándola más que ninguno de vosotros descubriéndola y, aunque me frustrara a veces, sólo lamento que no pudiéramos terminarla, cuando en mi mente quedaba tan bien.

Y, qué decir de Jinx, personaje al que creé antes de pensar en el resto de la historia, y al que más cariño cogí, deseando siempre que llegara el momento de interpretarlo de nuevo. Significa mucho para mí que al menos para alguien sinificara también tanto.

Bueno, como diría el Emisario del Destino, ¡Alehop! Se cierra el telón.